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lunes, 5 de enero de 2015

Desperté.

Como cuando te suena por primera vez el ruido del despertador la mañana más fría de enero, nada más acordarte de quién eres, dónde estás y ser conaciente de lo que está ocurriendo, quieres volverte a dormir, quieres volver a ese sueño que era que él estuviera loco por ti. Pero no puedes, y mira que pospones la alarma para volver lejos. Y la pospones las veces que haga falta. Pero nada.
Solo queda sobrevivir a una rutina de la que no quieres saber nada y esperar hasta que Morfeo quiera llevarte de nuevo a ese sueño.


Y a la mierda las alarmas.

No necesitaba escribir.

Es lo que pasa cuando vives un sueño, que no te hace falta cerrar los ojos. Creedme cuando digo que solo su sonrisa hacía desaparecer todo lo demás, su pecho era la mejor almohada y sus latidos la más melodiosa de las canciones de cuna.
¿Que no sería para tanto? Pobrad a perderos en sus ojos y a volver cuerdos de ellos, y entonces diré que no es para tanto, que fui yo la tonta que se dejo llevar por esa sonrisa tierna en aquel mes de agosto, pero, ¿cómo no hacerlo?¿Como no dejar que ese corazón con delgadas piernas te acogiera en él? Es lo más parecido que conozco a un hogar.