Odio los domingos casi tanto como los lunes. Odio madrugar casi tanto como tener que separarme de mis sábanas y su calorcito. Odio las distancias y el transporte público. Odio echar de menos y no poder olvidar. Odio la gente y las escaleras mecánicas (sobre todo las rotas).
Pero, me encanta tener tanto odio y aun así llevar la sonrisa puesta.
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